
Es imposible negar que la inteligencia artificial (IA) está causando una revolución. Su injerencia en todas las áreas es innegable. Para algunos se ha convertido en musa, para otros en herramienta y, para unos más, en amenaza.
Sin embargo, en medio de este viaje comienzan a existir inquietudes. Cuando vemos la facilidad de creación y multiplicación de contenidos en todos los formatos, desde imágenes generadas por Midjourney hasta novelas escritas por algoritmos, es imposible no percatarse de que la línea entre creación humana y síntesis digital se ha vuelto difusa. Y cuando hablamos de derechos de autor, esa línea es aún más tenue… y debiera pasar todo lo contrario, debería estar claramente dibujada… al menos desde la perspectiva legal.
¿Puede registrarse una obra creada con IA?
Esta cuestionante es precisamente lo que ha respondido la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), trazando con ello un límite claro y contundente.
“Las obras generadas mediante inteligencia artificial no podrán gozar de los mismos derechos que corresponden a aquellas creadas directamente por una persona”, explica la Mtra. Nathalie Canizales Reyes, coordinadora de la Maestría en Derecho de CETYS Universidad.
Una afirmación que no solo tiene peso jurídico, sino también ético y creativo.
¿Por qué la IA no puede ser autora?
La SCJN reafirmó lo que ya establece la Ley Federal del Derecho de Autor: para que exista protección legal debe haber una persona física y una obra original. Dos condiciones que, de momento, la inteligencia artificial no puede cumplir.
“Al ser la IA un ente sintético o artificial, no es posible atribuirle la autoría de una obra.”
Y aquí viene el punto más interesante: la originalidad. ¿Qué entendemos por originalidad en un mundo donde las máquinas aprenden a escribir, pintar o componer a partir de millones de datos humanos?
“La IA trabaja a partir de datos y algoritmos que evolucionan de manera constante; en cambio, la persona física, al desarrollar su obra, incorpora su experiencia, percepción del entorno, sentimientos, etc.”
Lo que diferencia una obra humana no es solo el resultado, sino la intencionalidad, la vivencia, el dolor y la belleza detrás de una creación. La IA, por muy sofisticada que sea, aún no puede replicar eso. No siente. No duda. No se rompe. Por estos motivos, no puede registrarse una obra creada con IA.
El dilema del entrenamiento
Uno de los temas más espinosos es el modo en que se entrena a estas herramientas. Muchas se alimentan, literalmente, de obras protegidas por derechos de autor. Y esto puede derivar, como ya sucede en Estados Unidos y Europa, en litigios multimillonarios.
“Dichas herramientas han sido entrenadas, en algunos casos, con obras protegidas por derechos de autor, lo que podría derivar en una infracción”, advierte Canizales Reyes.
Es un escenario complejo. ¿Dónde termina el aprendizaje y comienza la copia? ¿Quién se beneficia cuando una máquina “aprende” de nuestras obras?
Lo legal no siempre resuelve lo ético
La sentencia de la Corte no introduce materia nueva; simplemente confirma lo que la ley ya contemplaba. Pero eso no significa que el debate esté cerrado. La tecnología va más rápido que la legislación, y los grises éticos comienzan a multiplicarse.
“Claramente no hay un mecanismo jurídico determinado para proteger este tipo de obras”, afirma la experta, señalando que será necesario abordar también las creaciones asistidas por IA.
Y ahí está la palabra clave: asistidas. Porque si una persona usa IA como herramienta, pero aporta creatividad humana, ¿puede esa obra ser protegida? La respuesta, por ahora, es incierta.
¿Qué camino nos queda?
Tal vez este fallo no cambie el juego de inmediato, pero sí lanza un mensaje importante: el ser humano sigue estando en el centro de la creación. Y eso es una invitación —o una advertencia— para quienes ya están reemplazando talento por tecnología.
“Esto podría desincentivar el uso de la IA como fuente principal de contenido, aunque también ofrece la oportunidad de usarla como herramienta auxiliar que potencie, y no reemplace, la labor del autor.”
Y esa es la clave. La IA no debe ser el creador, sino el cincel. No debe sustituir la chispa, sino acelerar el proceso. Cuando entendamos eso, podremos usar la tecnología como aliada, no como impostora.
En días en que lo rápido parece ganar terreno sobre lo auténtico, este fallo nos recuerda algo fundamental:
Crear no es solo producir. Es sentir, interpretar, comunicar.
Y eso, al menos por ahora, sigue siendo terreno exclusivo del ser humano… y por ello no puede registrarse una obra creada con IA.

