
Imagina que abres Spotify una mañana. Encuentras una playlist titulada “Good Mornings – Happily Positive Music to Start The Day”, decides darle una oportunidad y das play. Una canción te atrapa. Decides agregarla a favoritos. Pero lo que no sabes es que acabas de volverte fan de una banda que aparentemente no existe… Bienvenido a la era donde la realidad ya no es distinguible. ¿De quién hablamos? ¿Quién es esta banda?
Su nombre: The Velvet Sundown.
Su existencia: un misterio generado —aparentemente— por inteligencia artificial, de forma ambigua, evocadora, casi poética.
The Velvet Sundown: La banda que apareció de la nada… y llenó todo
En menos de un mes, The Velvet Sundown acumuló más de 550,000 oyentes mensuales en Spotify (en este momento llegan casi al millón), lanzó dos álbumes completos y anunció un tercero. Sus canciones ya figuran en playlists destacadas y están disponibles en Apple Music, Deezer y Amazon Music.
Su Instagram y otras redes casi no tienen contenido y son apenas un atisbo de que algo existe pero no sabemos qué. Ninguno de sus integrantes es rastreable fuera de la burbuja digital.
Se han hecho virales algunas fotografías que presentan las huellas típicas de la inteligencia artificial: simetría extraña, texturas demasiado suaves, ausencia de imperfecciones. En la plataforma Deezer, incluso aparece un descargo legal: “algunas pistas de este álbum pueden haber sido creadas usando inteligencia artificial.” Pero las imágenes no están en sus redes ¿son ellos? ¿no lo son? ¿cómo saberlo?
El Times, la SF Chronicle y Consequence han seguido el caso de cerca. ¿La conclusión? No hay prueba de que los músicos existan. Tampoco hay evidencia directa de que todo haya sido hecho por IA. Y sin embargo, todo parece indicar que estamos ante un producto algorítmico… y no uno malo. Esto es solo el inicio.
Esto me recuerda a la cinta Simone (comercialmente estilizada como S1m0ne) donde con tecnología, Al Pacino daba vida de forma virtual a una actriz que incluso llega a ganar premios, sin que nadie sepa que no es real. ¿Estamos ya en ese umbral?
¿Esto es trampa o es evolución?
Aquí es donde conviene detenernos. Porque lo que plantea The Velvet Sundown no es una simple anécdota curiosa, sino un dilema existencial para la industria creativa.
La pregunta no es si la música fue compuesta por humanos.
La pregunta es: ¿importa?
Si una canción conmueve, si conecta, si tiene ritmo, nostalgia y evocación… ¿es menos válida si fue creada por un sistema entrenado con miles de referencias? ¿Estamos dispuestos a seguir llamando arte solo a lo que proviene de carne y hueso?
Spotify no exige transparencia en este punto. Pero más allá de las reglas, el fenómeno evidencia algo más profundo: la audiencia está comenzando a consumir emoción de artistas sintéticos... es decir, creados.
El arte como simulacro
Jean Baudrillard escribió que vivimos en una sociedad del simulacro, donde las copias ya no remiten a ningún original. The Velvet Sundown parece encarnar eso: no imita a una banda real, no parodia a alguien. Simplemente finge ser lo que nunca existió… y lo hace bien.
Y eso incomoda actualmente.
Porque, ¿qué pasa cuando la emoción que sentimos no tiene autor?
¿Qué ocurre cuando la nostalgia es diseñada por ingeniería de prompts?
¿Qué sentido tiene la autenticidad cuando la percepción de la realidad basta?
No es hype, es un modelo de negocio
Según reportes, existen ya 13 bandas generadas por IA que suman más de 4 millones de oyentes mensuales en conjunto. Si esos oyentes fuesen monetizados vía playlists, publicidad, suscripciones o derechos, estamos hablando de un sistema que puede operar sin músicos, sin giras, sin errores humanos.
Es contenido optimizado para plataformas, no para escenarios.
Es arte de bajo riesgo y alta rentabilidad.
Es un producto que emula emoción, y lo hace con eficiencia.
Y lo más perturbador para muchos: es legal.
¿Qué lecciones nos deja todo esto?
- La audiencia no siempre exige realidad. Exige funcionalidad emocional.
- La música —como el contenido en general— se está convirtiendo en un producto susceptible de ser producido por sistemas, no por artistas.
- La transparencia sobre el origen de lo que consumimos será un tema ético creciente. Si no sabemos quién creó algo, ¿cómo confiamos en ello?
Pero tal vez la reflexión más dura sea esta:
The Velvet Sundown está demostrando que no se necesita una historia real para conectar, solo una bien escrita.
¿Hacia dónde vamos?
Esta no es una defensa de la IA, ni un lamento nostálgico por la música humana, que claramente seguirá teniendo mucho futuro. Es una radiografía fría de un fenómeno que está ocurriendo hoy, no mañana.
Y si no lo observamos con detenimiento, podemos caer en el error de seguir creyendo que la disrupción será espectacular, evidente, caótica… cuando en realidad, ya está ocurriendo en silencio, entre algoritmos, playlist curadas y cuentas de Instagram creadas hace dos semanas.
La próxima vez que una pieza musical te mueva… tal vez debas preguntarte:
¿Quién la hizo?
Y si la respuesta es “no lo sé y no me importa mucho”…
Entonces The Velvet Sundown ya ganó una batalla que muchos pensaban que nunca podría ser ganada por alguien diferente a un humano.
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